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Esta foto nos la hizo Daniel Mordzinski en una galería del metro de París. |
Hoy,
21 de octubre, lluvia y hojas amarillas, Irazoki cumple años. Sesenta y dos.
Vive en París como París vive en él. Estoy por decir que la ciudad e Irazoki nacieron
el uno para el otro. Ahí anda, pues. En repetidas ocasiones, la vida intentó
doblarlo. A fuerza de arrearle palos hizo de él un hombre positivo. Luego,
doblada ella, lo convirtió en una despensa de pequeñas felicidades.
Irazoki
es telefónico. Estoy por decir que el teléfono fue inventado para él. Cuentan
los que saben de estas cosas que en 1871 Antonio Meucci, visiblemente nervioso,
preguntó si Irazoki ya había nacido. Le dijeron que no, que tranquilo, que
tenía tiempo de perfeccionar su invento. Y lo mismo preguntó pocos años
después Alexander Graham Bell. Irazoki subiría, en mangas de camisa si hace
falta, a la cima del Everest si le dijeran que allí arriba hay un teléfono o un
abrazo.
Es
que, ahora que me acuerdo, Irazoki nació para abrazar. No tiene compasión. Viene, te abraza, te
abraza/agarra, te abraza/estruja, y luego, al soltarte, pone cara de pena
porque tu cercanía le impide llamarte por teléfono. Los pulpos celosos se
retuercen de resentimiento en tales situaciones. Este hombre podría trabajar como
exprimidor de naranjas. Ganaría una fortuna.
También
es poeta. Es, sobre todo, poeta, además de excelente cocinero, y conoce a todos
los poetas. Le mandan libros por toneladas. El cartero de su barrio seguramente
no le dirige la palabra. Yo le pregunto: Y el poeta ese, ¿qué tal? Me cuenta
con pormenor, cita títulos, describe estilos, apuntala con argumentos y datos
biográficos. Irazoki es una capital de la poesía. La disfruta si ella se deja
disfrutar y la reseña en El Cultural con idéntico ánimo. Lo mismo que la música, otra de sus
pasiones, le gustan poemas de todos los tiempos y estilos. Lo que no le gusta
es el fraude literario. Y me pongo por testigo para certificar que tiene un
olfato infalible para descubrirlo. Te levanta unos versos herméticos y señala
la etiqueta que hay debajo: made in Trampaland.
Una
vez me llamó por teléfono estando yo fuera. Al volver a casa, mi mujer me dijo
que había llamado mi marido. Tiene razón. Nos ve todo el día de palique aparato
en mano. Hablamos de comas, de fútbol (dice que lo de Iniesta no es fútbol, es
ballet), de recetas de cocina, de Félix Francisco Casanova, de la perspicacia
de algunos, de la mala fe de otros y de los escritos mutuos. No publico una
línea que no haya recibido su visto bueno y viceversa. Por esa vía él me ha
salvado de cometer multitud de errores.
En
fin, que el navarro este de caserío ha cumplido sesenta y dos tacos, y que esta noche voy a beber una copa
de vino a su salud. Tengo contraída con Irazoki una deuda descomunal. ¿Cuál?
No, bueno, no es nada, es sólo que gracias a él me ha sido dado conocer en este
mundo nuestro tantas veces despiadado y atroz la experiencia de la amistad en
grado de plenitud. Esto es lo que yo quería decir. Esto y lo del teléfono. Y lo de la poesía. Pero sobre todo esto.